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La mujer confusa
Por Ana Elena PenaLa sección de perfumería y parafarmacia del Corte Inglés se asemeja mucho al vecindario de "Eduardo Manostijeras". Esto es, un matriarcado de señoras con cardados imposibles, maquillajes excéntricos y uñas largas lacadas en colores chillones preguntando, tocando, abriendo, oliendo y probando todo tipo de botellitas y cremas como si se trataran de bálsamos milagrosos que pudieran frenar el paso del tiempo y erradicar la celulitis en un solo masaje.

Tengo comprobado que no puedo estar demasiado tiempo en compañía de más de tres mujeres, a menos que sean lesbianas. Y no me pregunten por qué. De la misma manera que no puedo estar sentada en un gallinero más de media hora sin ponerme a agitar las alas y cacarear.

No quiero entrar en debates sobre el género, me produce dolor de cabeza, de ovarios y hasta de testículos, pero os contaré un secreto: últimamente, cuando bebo un par de cervezas, me transformo en un señor.

!ME TRANSFORMO EN UN SEÑOR!

Eso es lo que digo a mis atónitos interlocutores. Dejo de cruzarme de piernas, de atusarme el pelo, ya no me retoco el lipstick en el baño, me quito pendientes, broches y tacones, se me suelta la lengua. Amo la vida, amo el amor, soy un truhán, soy un señor. Entonces entiendo por qué mi padre me decía desde tiempos inmemoriales

- A ver cuando aprendes a portarte como una mujer!

- ¡SÉ UNA MUJER!

- ¡Eso no lo hacen/dicen las mujeres como Dios manda!

Y yo no entendía eso de "UNA MUJER NACE, PERO UN HOMBRE SE HACE". Una mujer, más que nunca, se hace. A base de postizos, maquillaje, lenguaje corporal, siliconas... ¿No?.

Entonces mi familia me apuntaba a catequesis con las monjas, más tarde a las girls scouts, y siendo universitaria, alterné en un par de colegios femeninos donde me pusieron todo tipo de motes, como por ejemplo "la anticristo" (en el del Opus, en el que duré unos meses) . Cuando llegué a la residencia pública, donde habia "chicas malas" me colé en una pandillita, y hacíamos cosas malas como cotillear el correo de las compañeras aplicando calor (por entonces aún se estilaba la comunicación epistolar), y lanzábamos papel higiénico mojado desde la ventana a los chicos.

De aquellas "amistades" no quedó nada, la mayoría se casaron y/o se fueron muy lejos.

Viví aquello como una especie de campo de concentración, a las nuevas las obligaban a "desfilar" encima de las mesas mientras les sacaban defectos y los enumeraban en voz alta para deleite de las demás. "¡Vaya cartucheras!!donde tienes la pistola, vaqueraaaa!! Esa nariz, la muerte del loro! Jajajajaajaja!!! No tiene tetas, mírala, nada por delante, nada por detrás...". Y recuerdo a alguna que se echaba a llorar o se aguantaba las lágrimas, para luego correr a esconderse a su cuarto.

Comparado con esto, la gamberrada de los chicos de meterle al novato la cabeza en el báter es un rito de iniciación maravilloso.

Por suerte llegué a mitad de curso y caí bien, así que no se atrevieron a vejarme de aquella manera. Les hubiera costado muy caro , de todos modos.

Recuerdo las magdalenas del desayuno, y el día en que vimos el anuncio de la muerte de Lola Flores en la televisión que había en lo alto del comedor. El día que murió la incombustible Lola supe que todos íbamos a morir... Recuerdo también el día en que una de las novatas se intentó suicidar a base de pastillas porque se burlaban de ella y le hacían el vacío, porque era tímida y estaba muy delgada (era anoréxica). De repente la residencia se llenó de enfermeras con tubos y aparatos para lavarle el estómago. Son memorias desdibujadas pero que todavía tengo muy presentes, largas noches en vela como en una eterna fiesta del pijama, risas, confesiones, novios que iban y venían, llantos, traiciones, marujeos (sobre todo esto último). A pesar de todo, supongo que nos queríamos, aunque JAMÁS repitiría la experiencia.

En el Corte Inglés, es de obligado recibo saludar a las compañeras con un elogio referente a su cuerpo,"hola, guapa", "¿qué tal, tipín?", "¡uy, qué mona te queda esa camisa", "Llevas un pelo precioso", "¡me encanta tu maquillaje".

Y resulta estresante porque parece que te recuerden constantemente que eres un cuerpo, una cara, una maceta, un adorno que debe lucir bien, parece que te miren de arriba a abajo escudriñándote. Y creen que eres una de ellas... Debo hacerme pasar por una de ellas, para sobrevivir en el matriarcado de Perfumería....

Aunque, cuando escapo de su mirada inquisidora, cuando tomo un par de cervezas, me desinhibo y puedo mostrarme tal y como soy, ME CONVIERTO EN UN SEÑOR.