
Mientras me concentraba para mantenerme en pie, intenté rememorar los últimos minutos antes de la explosión. No tenía miedo a morir, pero mientras aquél terrible eco iba alejándose, la película de mi vida había pasado por delante de mis ojos en cuestión de segundos. No me gustó, la verdad. Creo que en el fondo, esa película no era mía... alguien me la había cambiado en el último momento.
Por fin, el mundo se estabilizó. Abrí los ojos y me encontré desnudo. La onda expansiva de la explosión había destrozado mi ropa sin haberme dañado ni un pelo. Pero no solo a mí, todo el mundo estaba desnudo. Aquel inusual acontecimiento había volatilizado toda prenda de vestir, mostrándonos unos a otros con total naturalidad.
El pudor se había terminado.