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DE QUENTIN PARA PAUL
"Hace ya bastantes años yo era un frecuentador, casi compulsivo, de los videoclubs; en ellos buscaba películas que raramente llegaban a las salas o que por avatares de la distribución tenían difícil acceso al mercado norteamericano. Era tal mi afición cinéfila, que llegué a trabajar durante algún tiempo en uno de aquellos videoclubs. Me gustaba mucho el cine fantástico europeo, sobre todo el italiano, y tenía particular debilidad por Mario Bava, Ricardo Freda, Antonio Margheriti, Giorgio Ferroni y Camillo Mastrocinque. Sin olvidar a Darío Argento, con sus “giallos”. Frecuentaba con gusto, igualmente, el curioso cine mexicano, cuya falta de prejuicios hacía de esos filmes el prototipo de lo auténticamente “bizarro”. Algunas eran, como en el caso de Bava, obras maestras. Otras tenían el poder de lo exótico, y algunas alcanzaban el sabor del “pulp”. Poco que ver con el onirismo expresionista de la “Universal”, o el formalismo británico de la “Hammer”, cuyo colorido, muy peculiar, envuelve sabiamente la presencia de sus dos iconos: Christopher Lee y Peter Cushing. El reinado de la Universal, glorioso por otro lado, había llegado a su fin con esa espléndida parodia titulada Budd Abbott y Lou Castello contra los fantasmas. Dejando detrás varias obras maestras y a pontífices del género, como Boris Karloff, Lon Chaney, Bela Lugosi o Claude Rains. Resalto que en todo lo que a mí respecta, se produce un hueco que lleno aficionándome a indagar en el cine oriental y sobre todo en el japonés. No dejo de frecuentar las películas de acción, y sobre todo el género que yo considero crucial para el desarrollo del séptimo arte: “El fantástico”.

Pero la sorpresa, el hallazgo insólito, cuando llegó a mis manos una copia de La marca del hombre lobo. Aquel delirio que no respetaba nada y lo respetaba todo, me produjo un auténtico desasosiego. No sé las veces que la visioné, descubriendo en cada pase facetas nuevas. Aquella película se salía de todos los cánones, y tenía una extraña carga “anárquica” que rompía los esquemas. Tenía magia, erotismo, belleza formal y licántropo cuyo salvajismo y tormentosa personalidad le hacían mítico nada más nacer. El fenómeno estaba allí, y naturalmente quise seguirle la huella. Recibí información, pero todavía tardaría algún tiempo en tener datos exactos y fieles sobre aquella insólita película. Al principio pensé que era una movie centroeuropea, tal vez húngara. Incluso llegué a deducir que era mexicana, con protagonista alemán. Paul Naschy no tenía nada de hispano. Puesto en faena, con un poco de suerte fui descubriendo La noche de Walpurgis, Los monstruos del terror, El jorobado de la Morgue, El gran amor del Conde Drácula, El carnaval de las bestias, El retorno del hombre lobo … y otras. Tuve la impresión de que el cine fantástico adquiría una nueva dimensión con esas películas que eran por sí solas un género, un estilo … el estilo Naschy. Aunque entonces no era fácil, pude conseguir otros títulos que me reafirmaron en mi opinión, me refiero a Inquisición, La bestia y la espada mágica (coproducción hispano-japonesa que recuerda en muchos momentos las pulsaciones del gran Kurosawa), y Los monstruos del terror, una espectacular asamblea de monstruos: el monstruo de de Frankenstein, la Momia, el Hombre lobo y Drácula. Un alienígena: Michael Rennie, a quien recordaba por Ultimátun a la Tierra, ponía en movimiento a todas las criaturas terroríficas, para conquistar el mundo. Pasado algún tiempo supe que Paul Naschy era español y por lo tanto aquellas producciones tan sorprendentes y maravillosamente delirantes (algunas en régimen de coproducción, sobre todo con Alemania) eran de un país tan poco propicio al género del que era originario su autor. Pero descubrí que Paul Naschy no solo era un estupendo intérprete, sino que se llamaba Jacinto Molina, y era el autor-escritor de los guiones de sus films, pero además dirigió algunos de sus mejores títulos, y si era necesario producía. En definitiva Naschy se había creado a sí mismo y aunque el mito, el icono, se construye entre muchos, son los fans los que tienen la última palabra. Naschy era su propia semilla, su propio rabino Loew.

Naschy nació en una tierra indómita y soleada, dentro de una cultura muy vieja que sin duda le confirió carácter, pero él ama la noche y las criaturas que nacen de la milenaria imaginación humana. Por otro lado su obra es tan personal e intransferible, que al final lo mismo da que sea español, que alemán o nacido en Transilvania. Es Paul Naschy, un hombre que nació en Europa pero que ahora nos pertenece a todos.

Debo decir que después de años conocí personalmente a Naschy en Sitges, allá por 1997. Y volvimos a vemos otra vez en Sitges, cuando recogió de las manos de John Landis “La Máquina del tiempo”.

Naschy ha creado tres mitos inolvidables: Alaríc de Marnac, trasunto de Gilles de Rais, Wandesa Dárvula de Nadasdy, trasunto de la Condesa Bathory, y sobre todo Waldemar Daninsky, trasunto de sí mismo. Cuando los nombres de actores o cineastas españoles eran casi desconocidos en USA, Paul Naschy era un auténtico referente que creaba legiones de incondicionales por la sorprendente originalidad de su propuesta.

Naschy cuyo nombre no puede obviarse en la historia del cine y por descontado en la del “Fantástico”. Se ha ganado su puesto al lado de Poe, King, Karloff, Chaney padre, Lugosi, Price, Lovecraft, Wahle, Browning, Stoker o Doyle. La poliédrica mirada de Naschy ha hecho del cine, la literatura y la magia, un referente que va más allá de lo habitual en el mundo de la fantasía, la plástica y el arte de las imágenes en movimiento.

Desde muy lejos y con admiración y cariño, felicidades y gracias Mister Naschy."
QUENTIN TARANTINO, LOS ÁNGELES 2008

Epílogo del Libro "Paul Naschy: Cuando Las Luces se Apagan"
(Colección Memorias de la Escena Española,
Fundación AISGE 2008)