
Esto del yakuza zombificado no deja de ser la excusa para que un pajero de Fukasaku se marque su particular homenaje. Ya desde el motivo por el que lo convierte en zombie, que no es otro que por ser enterrado en la tumba de un homónimo de Rikio Ishikawa, aquel mitológico yakuza de lo hijoputesco, del que hizo un biopic Fukasaku en Graveyard of Honor, y de la que por cierto hacen una reinterpretación condensada durante el inicio.


Dado el mixto, la comparación con Full Metal Gokudo es inevitable, de hecho por formas podría pasar por una de las de Miike en su legendaria etapa zetosa de los noventa. Pero en el fondo no tiene el desbarre crónico ni la bizarrería al cuadrado que destila nuestro estimado Miiike, todo y contar con el imperturbable zombie de por medio, el que no deja de ser, si nos ponemos, ese habitual personaje criminal, que deambula hacia la autodestrucción y que está intrínsecamente ligado a la muerte, como siempre nos ha contado Suzuki, el ya comentado Fukasaku, Kitano y hasta Melville en su Le Samourai.